Ida Applebroog
¿Y qué es tu nombre?”, ella escribió en 1969. “En sueños es Ida Applebroog”. Ida Applebaum, quien nació en el Bronx en 1929 de padres inmigrantes de Polonia, cambió su nombre en parte para olvidar los dolorosos recuerdos de su rígida educación. También fue un acto de resistencia, un rechazo a ser definida por los roles de esposa y madre. Y, sin embargo, no fue un completo rechazo de su pasado. Intercambiando un final por otro, ella todavía era, en su esencia, una manzana (apple). Como este cambio sutil pero significativo en su identidad, el trabajo de Applebroog construye un diálogo entre versiones pasadas y presentes de sí misma.
Después de asistir al Instituto de Artes y Ciencias Aplicadas del Estado de Nueva York, Applebroog se mudó a Chicago en 1956, luego asistiendo a SAIC. Después, ella y su familia se mudaron a San Diego y, en 1973, regresó a Nueva York, donde continúa viviendo y trabajando. Su trabajo es principalmente figurativo, con personajes caricaturescos, andróginos y, a menudo, grotescos. Las imágenes interactúan con texto, a veces estampado en negrita, a veces garabateado en cursiva. Applebroog evitó las computadoras hasta los 75 años, cuando reconoció la atracción de las imágenes digitales y los retoques, utilizando estas herramientas para dar nueva vida sus trabajos anteriores.
Muchos de los proyectos más nuevos de Applebroog han reabierto obras previamente inacabadas o desconocidas. En 2009, sus asistentes de estudio encontraron una caja con la etiqueta “Mercy Hospital”, que contenía dibujos de su época como paciente psiquiátrica en 1969 tras una crisis nerviosa después de mudarse a California. Applebroog describe mirar trabajos antiguos —ya sea de su niñez o de sus 40— como leer algo “de un extraño”. Intensamente tímida como una persona joven, la nonagenaria Applebroog toma los fragmentos de su diario (Usted es el paciente, yo soy la persona real.) y los amplía para que se ajusten a las paredes de la galería. Sus pensamientos privados, hechos públicos, dan voz a lo que ella llama “nuestras ansiedades colectivas”.
El trabajo reciente de Applebroog explora la relación entre la belleza, la sexualidad y el envejecimiento. Monalisa comenzó también en 1969, cuando encontró consuelo de las demandas del matrimonio y la maternidad en el baño, donde hizo dibujos de su propia vagina usando un espejo de cuerpo entero. La artista rehízo estos dibujos como impresiones digitales en 2010. Para Applebroog rehacer no es repetir. Es una oportunidad no solo para resucitar viejas figuras, sino para actualizarlas, para darles voces que hablen a nuevas audiencias, incluso en quién se ha convertido ella misma. Cómo ha argumentado la historiadora del arte Jo Applin, al rehacer sus imágenes, Applebroog se niega a “dejar que se establezcan como evidencia de un feminismo o un ser pasados”. En cambio, sus dibujos rehechos presentan “evidencia de práctica, de un cuerpo practicante, que sigue funcionando”. Tejiendo el pasado y el presente colapsa la distinción entre los dos.